viernes, 16 de enero de 2009

Desde...

El artista caminaba desorientado, no paraba de quejarse y tocarse las pequeñas pero abundantes heridas que tenía por todo el cuerpo y sobretodo en la cara. Miró al cielo nocturno que había en los muelles de la ciudad, la contaminación lumínica no dejaba ver nada pero a él no le importó, siguió observando como si viera algo que solo sus ojos estuvieran adecuados para ver.


- Idiota… -pareció articular para sí mismo- …tanto alboroto por esa maldita pintura….


Parecía más enojado por el comportamiento de su anfitrión que por el robo en sí, al fin y al cabo no estaba orgulloso de esa supuesta obra maestra.
Tras una larga caminata que a cualquier persona hubiera agotado, el caminante llegó a un lugar apartado de cualquier civilización en el cual había tan solo una especie de cobertizo. Con extremo sigilo se introdujo en el siniestro lugar.


Dentro, el joven manejó decenas de cables que estaban conectados a una especie de cubo de luces anaranjadas, este estaba abierto y medio despedazado. Sin titubear, se enganchó una especie de pulsera con dos pinchos afilados que parecían indicar que se debían clavar en las venas, acto seguido de ponérselo, un punzante dolor le recorrió todo el cuerpo para después ser aliviado por una especie de suero que pareció segregar la pulsera. Un instante después aún con los ojos entornados de dolor y alivio, se puso un extraño aparato en la cabeza que cubría con dos pequeños extremos los oídos. Miró dirección al cubo y con ansia, el artista cogió uno de los cables del cubo similar a una clavija y lo introdujo en el aparato de su cabeza:


Al son de la música prohibida, el artista se dejó llevar transformando con la mente todo lo que se hallaba a su alrededor. Las paredes de aquel lugar abandonado mostraron entonces decenas de pinturas que segregaban talento propio mientras chorreaban como un líquido espeso, el techo mostró una araña de cristal que iluminó el lugar con luz dorada propia de una estrella joven y el suelo se recubrió de colores metálicos de épocas pasadas.


Mientras giraba sobre sí mismo cogió un papel de una libreta arrugada por la humedad y comenzó a dibujar, mostrando su nueva visión del mundo que tenía que hacer para derrotar sus miedos ante aquel chico que tanto le inspiraba y no le dejaba ser él mismo. Su plan con el “coleccionista” quizá había fallado, pero aún le quedaba su cubo pirateado y su licencia de artista que le permitía ir más lejos que la mayoría de personas en aquel mundo en el que el arte se había convertido en un monopolio. Él quizá era un esclavo del gobierno condenado a ser un engranaje más en aquella maquinaria creadora de dinero y explotadora de almas artísticas, pero su talento le permitía llegar más lejos y saltarse las leyes con informática infame, recursos de dudosa procedencia y contactos blasfemos tanto de las altas como de las bajas esferas.


Pulsó en la pulsera una especie de botón para darse otra dosis de agradecida y violenta “musa” y comprendió entonces mientras el dolor y el éxtasis le paraba el corazón durante un segundo que tenía que crear en ese instante.


Gritó de alegría y creyó alcanzar una especie de orgasmo, entonces con violencia buscó aquellas obras suyas que le había condenado a creerse inferior, agarró todo lo que Ursiban le había dado tan solo con su presencia y sin dudarlo, se quito el cable del cubo pero no la canción de la mente y salió fuera para prenderlo todo en una hoguera que le purificara de la divinidad. Encendió cada una de las obras para que el humo formara parte del cielo mientras el olor a lienzo y pintura quemada le mareaba un poco. 


Una vez terminó, vio arder todas esas obras por las que muchos ciudadanos hubieran matado o gastado su posibilidad de compra sin pensarlo, la acción ya estaba realizada y ni el mismo cielo podía echar atrás aquel ataque de supuesta clarividencia.


Pronto el artista caería al suelo rendido de la excitación, pero eso no le pararía a realizar la obra final que tenía en mente, esa obra que incluía destruir su ultima pintura, la de gran tamaño que se hallaba en su estudio de la ciudad, la cual había dado la gota que colmaba el vaso.


Con los acordes finales y los restos del clímax de la canción que tanto conocía, levantó los brazos hacía el cielo mientras observaba el pequeño papel en el que había dibujado hace un momento decorado a su vez por el intermitente resplandor de unas llamas de renovación.

A...

1 comentario:

Vantysch dijo...

Sublime...

Acabado de leer el texto, accionado por un resorte he acudido a mi blog dispuesto a seguir la historia. No tengo nada en la cabeza, sólo la inercia de las palabras. No sé dónde llegará la historia, pero no pienso quedarme con las dudas.

Te sigo ;)